“Los Reyes Magos no traen regalos a los niños malos”, “va a venir el cuco y te comerá”, “los bebés vienen de París”, “estás tan flaquita que vendrá un viento fuerte y saldrás volando” (esa me la decían de pequeña), “si tuerces los ojos te quedarás bizco para siempre”, y así una larga lista de mentiras piadosas que decimos a nuestros hijos.
¿Qué padre no ha dicho una pequeña mentira a su hijo alguna vez? Creo que todos hemos recurrido a ellas. Según una encuesta realizada a padres y madres en Estados Unidos, los padres les decimos a nuestros hijos un promedio de 3.000 mentiras a lo largo de su infancia, al menos una cada día. Lo curioso es que la mayoría de las mentiras piadosas que se dicen a los hijos, también nos las decían nuestros padres a nosotros cuando éramos pequeños y a ellos nuestros abuelos. Decir mentiras, por más piadosas que sean, es la forma más común de engañar a otros en la vida cotidiana. ¿Por qué mentimos a nuestros hijos? Pues la mayoría de las veces porque creemos que no están preparados para saber ciertas cosas, porque creemos que es mejor protegerlos de ciertas verdades, porque creemos que no nos entenderán si le decimos la verdad o muchas veces, simplemente, para conseguir que hagan lo que queremos. Aunque alguna vez les habré dicho alguna mentira a mis hijas, creo que siempre es preferible contarles la verdad y evitar las mentiras, por más que sean piadosas. Aunque nadie se ha traumatizado porque le hayan dicho de pequeño que los niños venían de París, ¿cuál es la necesidad de mentir? ¿No es muchos más razonable explicarles cómo nacen los bebés en un lenguaje adecuado para la edad del niño? Hoy mismo, mi hija mayor me preguntaba si a las mamás nos abrían la panza con un cuchillo para sacar al bebé de la tripa, le contesté que no (bueno, lo de la cesárea no venía al caso) y le expliqué por donde nacen los bebés. Es cierto que algunos padres se paralizan ante ciertas preguntas y prefieren evitar situaciones embarazosas respondiendo con mentiras piadosas que en definitiva no conducen a nada, confunden a los niños y genera que ellos también empiecen a decir mentiras.
¿Qué padre no ha dicho una pequeña mentira a su hijo alguna vez? Creo que todos hemos recurrido a ellas. Según una encuesta realizada a padres y madres en Estados Unidos, los padres les decimos a nuestros hijos un promedio de 3.000 mentiras a lo largo de su infancia, al menos una cada día. Lo curioso es que la mayoría de las mentiras piadosas que se dicen a los hijos, también nos las decían nuestros padres a nosotros cuando éramos pequeños y a ellos nuestros abuelos. Decir mentiras, por más piadosas que sean, es la forma más común de engañar a otros en la vida cotidiana. ¿Por qué mentimos a nuestros hijos? Pues la mayoría de las veces porque creemos que no están preparados para saber ciertas cosas, porque creemos que es mejor protegerlos de ciertas verdades, porque creemos que no nos entenderán si le decimos la verdad o muchas veces, simplemente, para conseguir que hagan lo que queremos. Aunque alguna vez les habré dicho alguna mentira a mis hijas, creo que siempre es preferible contarles la verdad y evitar las mentiras, por más que sean piadosas. Aunque nadie se ha traumatizado porque le hayan dicho de pequeño que los niños venían de París, ¿cuál es la necesidad de mentir? ¿No es muchos más razonable explicarles cómo nacen los bebés en un lenguaje adecuado para la edad del niño? Hoy mismo, mi hija mayor me preguntaba si a las mamás nos abrían la panza con un cuchillo para sacar al bebé de la tripa, le contesté que no (bueno, lo de la cesárea no venía al caso) y le expliqué por donde nacen los bebés. Es cierto que algunos padres se paralizan ante ciertas preguntas y prefieren evitar situaciones embarazosas respondiendo con mentiras piadosas que en definitiva no conducen a nada, confunden a los niños y genera que ellos también empiecen a decir mentiras.
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